A quien nunca renunció, para que nunca renunciemos nosotros.
Discurso de Sergio Micco en la ceremonia de entrega del Premio de Derechos Humanos 2020 a Roberto Garretón Merino.
Desde la Araucanía, en representación del consejo del INDH, desplegado por todo Chile, desde Arica a Punta Arenas, presente todos sus equipos en este momento, venimos en otorgar el Premio Nacional de Derechos Humanos a Roberto Garretón Merino, por haber entregado una buena parte de su vida a la causa de los derechos humanos sin haberse rendido jamás.
Una causa:
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”
Un método:
El ejercicio de la profesión, la de abogado. Es decir, Roberto Garretón Merino profesa una fe, que dice que es a través de los caminos del Derecho como se alcanzará la Justicia, virtud definida por Ulpiano como “la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho”.
Roberto Garretón nace en medio de una familia que estuvo y está consagrada a la causa republicana y democrática. Su madre, María Luisa Merino y su padre el exdiputado Manuel Antonio Garretón Walker, más sus hermanos Carmen y Manuel Antonio son parte de la comunidad nacional que ha promovido y protegido los derechos humanos. De ella también es parte su esposa Marisa Soler y sus hijos, Magdalena y Roberto.
Habiendo vivido, casi toda su existencia pública, por y para la dignidad de la persona, puede decirse respecto de él, como está escrito en la Thorah, que ha llegado a una etapa de la vida en que está cargado de años, hijos y sabiduría, que, en el caso de Roberto Garretón, ha sido adquirida en el conocimiento del ser humano, capaz de las peores miserias y de los más sublimes actos.
Roberto Garretón estudió en la facultad de Derecho de la Universidad de Chile y se recibió como abogado en 1967, iniciando su vida laboral como funcionario público de la empresa estatal de agua potable. Fue opositor al gobierno de la Unidad, pero eso no le impidió, por el contrario, lo impulsó, en roblado esfuerzo, tras el golpe de estado de 1973, a abocarse en la defensa de quienes eran objeto de una violación masiva, sistemática e institucional de los derechos humanos. Para ello se incorporó al equipo jurídico de del Comité Pro Paz, para asumir la tarea de defensa de los perseguidos ante los Consejos de Guerra.
Al formarse la Vicaría de la Solidaridad el año 1976 se integró al grupo de abogados que interpusieron recursos de amparo, condenados casi siempre al fracaso, pero realizando así una labor cargada de sentido que hizo posible, tras 1989, que surgiera parte de la verdad, de la justicia, de la reparación y de las garantías de no repetición durante el retorno de nuestra democracia.
“Todo hombre tiene derecho a ser persona” se leía en un enorme lienzo colgado en la catedral de Santiago, en 1978, cuando levantar la voz era arriesgar la vida. Esas palabras no se las llevó el viento. Roberto sabía bien lo podían significar: mal que mal nada menos que el insigne Ulpiano murió a manos de los legionarios romanos, que lo destrozaron espada en mano, frente a un horrorizado emperador.
En 1981 fue nombrado jefe del Área Judicial de la Vicaría y lideró la importante labor de reunir y sistematizar información sobre la situación de los derechos humanos en Chile solicitada por diferentes organismos internacionales. Así integra, los Grupos de Trabajo dirigidos por los Relatores Especiales Abdoulaye Diéyé, Rahjsoomer Lallah y Fernando Volio Jiménez.
Como consecuencia de ello, en septiembre de 1987, fue detenido por orden de la Primera Fiscalía Militar de Santiago por “ofensas a las Fuerzas Armadas”.
Con la restauración de la democracia, Roberto Garretón encabezó el nuevo departamento de derechos humanos de la Cancillería, y más tarde fue embajador, trabajando incansablemente para que Chile ratificase todos los tratados de derechos humanos de los cuales se había marginado, ingresando con plenitud en el sistema universal de los derechos humanos.
Profesor y maestro de cientos y cientos de estudiantes, maestro de generaciones, tuvo una actuación destacada en la “Mesa de Diálogo de derechos humanos en Chile”, convocatoria del Gobierno de Chile para alcanzar más verdad y justicia.
Participó en los debates para la creación de mandatos sobre pueblos indígenas, derecho al desarrollo, libertad de expresión, independencia de jueces y abogados y otros. Integró el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias. Fue relator Especial sobre los Derechos Humanos en el Zaire y luego República Democrática del Congo en 1994 y 2001.
Roberto Garretón, incansable, fue vicepresidente de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (en 1993); fue vicepresidente de la Conferencia Mundial de Derechos Humanos (en Viena, ese mismo año); y fue abogado en Chile del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) (entre el 96 y el 2000).
La Organización de las Naciones Unidas ha tenido en él un formidable colaborador: En su Conferencia Mundial contra el Racismo en Sudáfrica; representando a la Alta Comisionada para los Derechos Humanos en Latinoamérica; asesorando directamente al Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan sobre la prevención de genocidios, junto al Obispo Desmond Tutu; y como miembro de la Comisión Internacional de Juristas, con sede en Ginebra.
Debió asumir misiones especiales sobre la situación de los derechos humanos en distintos países como Colombia, Perú, Paraguay, Uruguay, Indonesia (incluido Timor Oriental, durante la ocupación), México, El Salvador, Honduras, Guatemala, Brasil, Argentina, Senegal, Ruanda, Uganda, Zaire (luego República Democrática del Congo), Etiopía, Filipinas, Sierra Leona, Chad, Togo, Malasia, Tailandia, Georgia, Italia, Marruecos, Túnez, Libia y otros.
Roberto Garretón reconoce, con verdad y justicia, que su misión ha sido “consagrar mi vida a la defensa de los derechos humanos”. ¿Cuáles fueron la fuente de su perseverancia? Él lo dice: “En quienes luchaban, encontré el valor, la resiliencia, la capacidad de levantarse y luchar contra la injusticia”
Como se ve, con sobrados fundamentos, el Consejo del Instituto Nacional de Derechos Humanos lo reconoce por su “incansable búsqueda de la verdad y la justicia durante su trayectoria profesional nacional e internacional”. Se integra a una comunidad formada por Viviana Díaz, María Soledad Cisterna, José Aldunate S.J., y Fabiola Letelier, personas a quienes el INDH ha considerado también ejemplos de servicio a la causa de los derechos humanos.
Decía que este reconocimiento público y entrega del Premio Nacional de Derechos humanos se entrega aquí, en Arauco y en la Araucanía, territorios cuyos habitantes están golpeados por la pobreza y las desigualdades, atacados por el racismo, agobiados por la violencia que pone en aguda tensión el Estado democrático de Derecho y escandalizados por las violaciones a los derechos humanos, sobre todo las realizadas en contra de los integrantes del pueblo mapuche. Este es nuestro aquí.
Nuestro ahora no es menos desafiante. Estamos viviendo un periodo cortísimo de nuestra historia patria, pero terriblemente extenso por la herida que dejará en el relato que se hará en el porvenir. El 17 de octubre, con una velocidad propia de rayo y rugir del trueno, el pueblo de Chile salió a manifestarse en forma tan masiva, diversa y alegre que todas y todos, a nivel nacional y mundial, quedamos sorprendidos hasta el pasmo. Se trató de una protesta social en contra de las desigualdades sociales, la incapacidad de las instituciones políticas para responder adecuadamente a ellas, una economía lánguida y una cultura individualista. Lamentablemente vino también la violencia y la inseguridad ciudadana gobernó vecindarios y barrios enteros. El 18 de octubre, hace apenas un puñado de meses atrás, se decretó el Estado de Emergencia, que limitó el ejercicio de derechos civiles elementales. Vino el uso excesivo, a ratos brutal, de la fuerza pública. El INDH ha considerado que hemos vivido, en apenas un semestre, las más graves violaciones a los derechos humanos ocurridos desde el retorno a la democracia.
Seis meses, sólo seis meses después, se desató la pandemia. El 18 de marzo se dictó el Estado de Catástrofe y nuevamente se limitó el ejercicio de derechos humanos. Pero ahora se trataba de detener un virus que atacaba a los chilenos y chilenos, no a la enfermedad cívica del desencuentro en una intensidad tal que pudo causar la muerte de las instituciones republicanas. Nuevamente pudimos constatar las desigualdades en el acceso y ejercicio de la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y previsión social. Si en octubre se trató de violaciones a los derechos civiles, a partir de marzo se concentró en los derechos sociales, económicos y culturales.
Pero Roberto Garretón, no se debe entristecer, pues su labor está cumplida. Uno de sus frutos es el Instituto Nacional de Derechos Humanos. Se dice que las personas pasan, pero los instituciones quedan. Eso no es cierto. Las personas que imprimen carácter quedan en las instituciones que crean. Entre el 17 de octubre y el 30 de enero sus funcionarios y funcionarios, poco menos de dos centenares de personas, que en regiones no superaban las seis personas, realizaron una acción decidida, a veces temeraria. Desde el 18 de octubre los funcionarios y funcionarias del INDH han efectuado 1504 visitas a comisarias, 339 observaciones de observaciones, y 1660 visitas a 68 centros de salud y unidades médicas, estas últimas también durante la emergencia sanitaria.
Hoy estamos embarcados en las tareas de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición. Hoy estamos presente en más de 2300 causas, concurriendo a todas las audiencias que humanamente podemos, hablando con las víctimas los derechos humanos, accediendo a los medios de comunicación social expresando que el olvido no puede gobernar nuestra memoria.
Tras el inicio de la pandemia hemos estado con los privados de libertad en nuestros centros penitenciarios, concurrido a una decena de campamentos, hemos estado con cientos de migrantes en Arica, Antofagasta, Santiago e Iquique, ido a decenas de centros de la red del Sename en Coyhaique, Chillán y Coquimbo o ingresado a las cárceles de Punta Arenas, Puerto Montt, Valdivia, Maule o Rancagua. En fin. Lo hemos hecho en medio de la pandemia.
Aquí y ahora seguimos con nuestra tarea. Hemos estamos con las víctimas de la violencia rural, con los presos huelguistas mapucheen Lebú, Angol, Temuco y Padre Las Casas. Hemos visitado Tirúa, Pidima, Curacautín, Ercilla, Nueva Imperial, Boroa, Malleco, Victoria, Vilcún, Temuco, Carahue, Maquehue, Traiguén y Padre Las Casas. Hemos hablado con las comunidades mapuches, organizaciones empresariales, fundaciones académicas, iglesias, consejos de lonkos y asociaciones mapuches de salud. En Arauco, en la Araucanía y en la zona norte de la Región de los Ríos, hay miedo. Sabemos bien lo que ocurre cuando se desata la violencia. Por eso hemos llamado una y diez veces a la paz para que haya justicia en estos territorios.
Actuar sí y mucho. Pero también pensar y comprender. Este 18 de octubre, entregaremos una primera evaluación de lo que ha hecho el Estado de Chile en verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición. Junto a ello el consejo de lNDH ha tomado la decisión de que el Informe Anual del 2020, a presentarse el 10 de diciembre del mismo año, analice, en un primer momento, el impacto de la Pandemia principalmente en los derechos a la salud, al trabajo y a la educación. De ahí para adelante nuestro norte será velar porque crecientemente se garantice el acceso y ejercicio de los derechos sociales, económicos y culturales.
Roberto Garretón sabe que esta institución, que contribuyó a crear, ha cumplido con su mandato dado por el Estado de Chile al servicio de los derechos humanos de todas y todos quienes habitan su territorio nacional. Sabe también que el INDH no cejará en honrar la promesa hecha hace 10 años atrás.
Hay motivos para la esperanza.
Hay razones para la espera de bienes futuros que llegarán si seguimos decididamente actuando aquí y ahora. Nunca fue fácil proteger los derechos humanos. Roberto Garretón lo sabe bien. Por eso quien no tiene una férrea voluntad y un temple decidido a la hora de enfrentar a un mundo que, a ratos, en tiempos de oscuridad, es malo y abyecto, no tiene vocación para la defensa de los derechos.
El Instituto ha trabajado 10 años, sin pausa.
Roberto Garretón, lo ha hecho por más de medio siglo.
Por todas estas razones el Consejo del INDH, al entregarle el Premio Nacional de los Derechos Humanos a Roberto Garretón Merino, no hace otra cosa que dar sincero homenaje a quien nunca renunció, para que nunca renunciemos nosotros.
Muchas gracias.
Sergio Micco A.